Uno de los grandes lemas de los defensores de la globalización era que la prosperidad iba a llegar hasta la última esquina del mundo. No parece que hayamos llegado a tal extremo, pero lo que sí ha conseguido la industria alimentaria y la cultura dietética del mundo occidental es extender la obesidad hasta los hogares más humildes. Por añadidura, el hecho contribuye a una dramática paradoja, puesto que el índice de sobrepeso creciente de los países en desarrollo convive con grandes bolsas de desnutrición y hambre en buena parte de sus territorios.