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La importancia de leer la información nutricional de los alimentos

informacion nutricional pedro voltas

Siempre insistimos en la idea de que nosotros somos los principales responsables de nuestra relación con la comida. Cuando tenemos unos cuantos kilos de más, podemos justificarnos con múltiples factores, desde la recurrida tendencia a engordar, el estrés, el entorno que nos rodea, las circunstancias de la vida… No niego que todos ellos tengan alguna influencia en nuestra dieta y estilo de vida, pero a menudo son más excusas que razones.

La realidad es que ahora disponemos de mucha información, conocimiento y herramientas para ser los dueños de nuestro destino nutricional. Quien quiera desconocerlo todo sobre las propiedades de los alimentos y se niegue a gestionar su dieta de forma inteligente y saludable, debe empeñarse mucho en su propósito de ignorancia. Por eso, dejemos de ser remolones y aprovechemos todo el caudal informativo al alcance de la mano para mejorar nuestra relación con la comida.

Por ejemplo, como ya se ha demostrado, es muy importante leer con detenimiento la información nutricional que figura en los envases de todos los alimentos para ser conscientes de lo que comemos y sus consecuencias sobre nuestro organismo. Porque así como desde las autoridades sanitarias se realiza un mayor esfuerzo por que todos los productos contengan la información necesaria sobre su composición, la industria alimentaria hace cada vez más «trampas» con respecto a la naturaleza real de muchos de los alimentos que consumimos, sobre todo aquellos que sufren procesos sofisticados de preparación.

Desde hace ya varias décadas se practica una política muy discutible de producción industrial por la que a muchos alimentos son ‘enriquecidos’ o ‘complementados’ con nutrientes que poco tienen que ver con sus características específicas o con la receta tradicional que siempre se han elaborado. Por razones de coste, conservación, impacto visual o motivos menos claros y más preocupantes, cada vez hay más productos que no se parecen en nada a lo que supuestamente dicen los mensajes publicitarios que los promocionan.

Como señala un post reciente de un blog bastante popular, Adelgazar sin milagros, en relación con un producto de una gran superficie, en muchos alimentos procesados industrialmente hay un exceso de ingredientes que, en teoría, no pintan nada: azúcares, fécula de patata, jarabe de maíz, soja, grasas trans, trazas de cereales, etc. En general, se trata de carbohidratos y grasas que tienen escaso valor nutritivo y que pervierten por completo la composición esperada del producto.

En este tipo de prácticas está una de las claves del desequilibrio alimentario que padece el mundo desarrollado. Precisamente, muchos de estos subproductos son los más baratos y accesibles para una buena parte de la población, que no es consciente de lo que come de verdad. Además, tienen sabores irresistibles al paladar, colores atractivos, presentaciones chillonas y una publicidad poderosa que acaba por convencernos de que encima son saludables.

Lo malo de esta tendencia es que no solo se circunscribe a todo aquello que consideramos poco recomendable, como una bolsa de bollería industrial. Se está extendiendo también hacia los alimentos catalogados como dietéticos, light, bajos en calorías, bajos en azúcares. En apariencia, no contienen los nutrientes que nos llevan a engordar. Sin embargo, si observamos con detalle su composición descubrimos que en el fondo no son tan distintos de los alimentos a los que pretenden sustituir.

Y ahí está el quid de la cuestión: leerse con detenimiento la información nutricional. En esas etiquetas cuya publicación es obligatoria está la información completa y veraz de la composición de cada producto. Cierto es que se incluyen muchos términos técnicos que la mayoría de nosotros desconoce, pero con un poco de esfuerzo se puede averiguar su verdadera entidad. No obstante, fundamentalmente tenemos que examinar las proporciones de carbohidratos, grasas y proteínas que contienen para saber lo que estamos comiendo. Como en el ejemplo que hemos citado, si una carne incluye un porcentaje mayor de hidratos de carbono que de grasas o proteínas, es evidente que no vamos a comer carne.

Por eso insistimos mucho los nutricionistas en que procuremos aprovisionarnos de alimentos que no hayan sido objeto de una gran transformación industrial. Debido a motivos como la conservación o la seguridad alimentaria, una parte muy importante de los alimentos contienen elementos externos que ayudan a que lleguen en buenas condiciones a nuestra mesa. Pero eso no debe llevar a que ser desvirtúe por completo su naturaleza.

La próxima vez que vayas a hacer la compra, lee la información nutricional. Seguro que más de un producto no cae en el carro.

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