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¿Podemos ser adictos a la comida?

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El aumento constante de la obesidad en el mundo desarrollado está llevando a que se amplíen las vías de investigación sobre las raíces de la gordura. Pese a los programas de concienciación pública, la constante difusión de información sobre los peligros del sobrepeso y la promoción permanente de la belleza física y un estilo de vida saludable, como vemos en la publicidad, no conseguimos que la tendencia cambie.

Por eso, a los diagnósticos y terapias más conocidas se abren nuevos caminos que nos ayuden a explicar y, sobre todo, a atajar el fenómeno. Se está investigando mucho sobre los condicionantes genéticos de la obesidad, a lo que se une también la línea de trabajo sobre el papel del cerebro en un comportamiento que puede desembocar en el sobrepeso.

En ese sentido, desde hace tiempo se ha llegado a plantear la posibilidad de que puede desencadenarse una adicción a la comida, al igual que existen adicciones a determinados tipos de sustancias, como el tabaco, el alcohol y otras drogas. Es sabido que algunos nutrientes, como los azúcares, generan estados fisiológicos que transmiten sensaciones de bienestar momentáneas.

Por ello, parece que hay personas que recurren sistemáticamente a su ingesta para conjurar estados anímicos de infelicidad, como vías de escape. El saber popular considera que al igual que unas personas se liberan o se relajan con la práctica deportiva, otras pueden hallar tranquilidad en la comida.

Lo malo es que, como sabemos, es un tipo de comida que contribuye especialmente al exceso de peso. La cuestión está en si este tipo de hábito puede convertirse en una adicción, es decir, en una conducta compulsiva y dependiente por la que el individuo no es capaz de renunciar a una sustancia porque su propio organismo se lo exige. Por ahora, entre la comunidad científica no existe consenso sobre la cuestión porque no hay suficientes evidencias científicas.

Hay ocasiones en que los médicos de dietética y nutrición enviamos a pacientes obesos al psiquiatra porque pensamos que necesitan también tratamiento psíquico, pero es una decisión que se toma en cada caso particular. Y entre los propios especialistas en enfermedades mentales tampoco se ha llegado a acuerdo para calificar la obesidad de patología psiquiátrica.

Sin embargo, ante la experiencia de que muchas personas con sobrepeso suelen esconder también problemas de orden psicológico (especialmente cuando se trata de individuos bien informados sobre nutrición y los peligros de la obesidad), se han empezado a realizar estudios que intentan relacionar la actividad cerebral con el exceso de peso.

Por ejemplo, unos neurólogos han realizado un experimento con un grupo de personas, de peso normal y con sobrepeso. A través de pruebas de escáner, han comprobado que existen ciertas diferencias en la actividad funcional en zonas concretas del cerebro según un individuo tenga peso normal o no.

Aunque aún es pronto para establecer relaciones causales entre alimentación y actividad cerebral, el estudio sí muestra indicios de que pueden existir mecanismos de adicción que podrían llevar a anular la percepción de saciedad en el cerebro y abrir la puerta a una ingesta repetitiva y sin control.

Habrá que esperar a que se consolide esta línea de investigación, que podría ser muy útil para entender mejor la mente del obeso y diseñar nuevas terapias.

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