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Hambre y saciedad, claves de tu equilibrio en la alimentación

patatas fritas

Lo que voy a comentar ahora parece muy obvio, pero el organismo del ser humano moderno parece haberlo olvidado por culpa de nuestros malos hábitos alimenticios. Todos los animales, entre los que deberíamos incluirnos nosotros, guían su modo de alimentarse a través de dos sensaciones clave: el hambre y la saciedad.

Cuando el metabolismo funciona correctamente, la necesidad de aportar energía a nuestro cuerpo se detecta a través de la sensación de hambre. En el momento en que ya hemos cubierto esta exigencia surge otra señal, la saciedad. En teoría, es una reacción automática al hecho de que no es preciso comer más. La dinámica opera de forma generalizada en todos los animales, menos en nosotros. ¿Por qué motivo? Porque al igual que nuestra inteligencia nos ha hecho capaces de ampliar nuestro repertorio de posibles alimentos y modificar los modos de consumirlos, también ha cometido el error de imponerse a las leyes de la Naturaleza.

En vez de dejarnos guiar por nuestros sabios instintos, pervertimos el orden y las preferencias a la hora de alimentarnos, hasta el punto de que, por decirlo de algún modo, causamos interferencias en el funcionamiento natural de nuestro organismo. Este hecho es una de las causas de la actual pandemia de obesidad: en el plano individual, tomamos más cantidad de aquellos alimentos que menos nos favorecen. Y desde una perspectiva económica, la industria alimentaria utiliza todo su poder propagandístico para poner a nuestra disposición nutrientes que nos convienen y que les reportan cuantiosos beneficios económicos. Les resultan más baratos de fabricar y generan una conducta adictiva en los consumidores.

¿Cuáles son esos alimentos que favorecen el desequilibrio de las sensaciones de hambre y saciedad? Seguro que ya lo sabes, pero no está de más repetirlo tantas veces como sea necesario. Se trata de lo que llamamos alimentos con un alto índice glucémico o carbohidratos de acción rápida, que introducen glucosa a toda velocidad en nuestra sangre y dan satisfacción a nuestro goloso cerebro, ávido de energía fulminante. Entre otras consecuencias, el consumo de carbohidratos de acción rápida (pan, bollería, fritos precocinados, dulces, etc.) provoca que se arruine la sensación de saciedad. Cuando abusamos de estos productos, nuestro cuerpo no manda señales de que está satisfecho y empuja a que comamos sin parar. Si repetimos habitualmente este comportamiento alimenticio, perdemos por completo el Norte nutritivo y abrimos las puertas de par en par a la obesidad.

Te pongo un ejemplo que habrás experimentado en muchas ocasiones. Si en una comida te ponen un chuletón, salvo que seas un fan de la carne, es probable que no te lo termines porque tendrás la impresión de que ya no puedes más. Las proteínas, a diferencia de otros nutrientes, tienen la propiedad de favorecer la saciedad. Sin embargo, sin en una tarde delante de la televisión te comes dos bolsas de patatas fritas tamaño familiar, encima te quedarás con impresión de hambre, y es probable que sigas picando toda la tarde sin parar. En principio, el chuletón no te hará engordar, pero te aseguro que las patatas contribuirán a tus depósitos de grasa. Y además, eliminarás la barrera natural que es el hecho de saciarte.

Si quieres devolver el equilibrio a este mecanismo natural de la alimentación, la solución es sencilla. Evita en lo posible el consumo de alimentos con alto índice glucémico.

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