Ahora que por fin han comenzado, los días de verano nos motivan muchísimo más para realizar deporte al aire libre y en plena Naturaleza, lejos de las monótonas salas de fitness en las que nos refugiamos durante otras épocas del año.
Sin embargo, así como en los meses de invierno nos preocupamos bien de protegernos de las condiciones climatológicas adversas, en la estación estival a veces no tomamos suficientes precauciones con un peligroso enemigo, el calor. No dejo de quedarme sorprendido cuando veo a muchos aficionados correr o rodar en bicicleta en pleno mediodía, con temperaturas superiores a 30 grados, ajenos a la seria posibilidad de sufrir un accidente cardiovascular o un golpe de calor que pueden tener efectos fatales. Porque no importa que estés en forma y que lleves un programa de entrenamiento regular. Las altas temperaturas introducen nuevos factores de riesgo en el proceso, ya que obligan al organismo a un mayor esfuerzo y contribuyen a una rápida deshidratación y descompensación de las constantes vitales. Por eso hay que tomar varias precauciones.
La primera de ellas es que dejemos la actividad física para las primeras y últimas horas del día, en que la temperatura es más soportable y nuestro cuerpo puede adaptarse con mayor facilidad. Es decir, antes de las nueve-diez de la mañana y después de las siete-ocho de la tarde. Durante las horas centrales de la jornada hay que estar a la sombra y en reposo. Esto que digo es de mucho sentido común, pero ya os digo que me asombro, por ejemplo, de la cantidad de corredores que no sigue este principio. En los últimos años se ha aficionado mucha gente a hacer running, lo que es estupendo, pero hay quien da más importancia al último modelo de zapatillas o a la aplicación móvil más sofisticada que al hecho de atender a las señales básicas del cuerpo. Como estamos entrenados, nos pensamos que el peligro no va con nosotros.
Otro aspecto importante radica en que el organismo necesita un tiempo de aclimatación al calor. Al igual que los alpinistas, que deben acometer un período de adaptación a la alta montaña, donde la calidad del oxígeno es menor, otros deportistas tenemos que prepararnos para las nuevas condiciones del clima. Has de fijarte un programa de entrenamiento más suave y progresivo que en otros momentos del año. En términos generales, si nos referimos a disciplinas como la carrera a pie o el ciclismo, en verano es mejor que establezcamos distancias más cortas y marquemos un ritmo más lento. Así mantendremos nuestro estado de forma y mitigaremos los efectos del calor sobre el cuerpo.
Asimismo, en verano hay que cuidar más si cabe la hidratación. El consumo habitual de líquidos ha de ser mayor que en otros meses para compensar la pérdida a través del sudor con el que nuestro organismo trata de mantener el equilibrio térmico. Además, en el tiempo de práctica del ejercicio tenemos que tomar agua o bebidas isotónicas con mucha mayor frecuencia, y refrescar algunas partes del cuerpo, como la cabeza.
Por último, no nos tenemos que dejar llevar por la dinámica del ejercicio y hemos de estar muy atentos a las posibles señales de que algo no va bien. En el caso de que notemos mareos, náuseas, ansia al respirar, cambios en el ritmo cardíaco, o que dejamos de sudar, tenemos que parar inmediatamente, ir a una zona de sombra, beber líquido y pedir ayuda si es necesario. De lo contrario, puede sobrevenirnos un colapso de funestas consecuencias.
En verano, haz deporte, disfruta, pero con cabeza.