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Consecuencias negativas del consumo excesivo de azúcar

Hoy día parece muy difícil evitar un consumo excesivo de azúcares. El recurso a alimentos preparados o procesados, la ingesta habitual de dulces o de productos con alto índice de azúcares oculto, las bebidas refrescantes y, en general, la dificultad para hacer una elección eficaz de la cesta de la compra, aunque resulte paradójico, lleva a que el azúcar esté más presente de lo necesario en nuestros hábitos alimenticios.

Se están realizando numerosos esfuerzos desde los programas de salud pública, la divulgación y la educación para que cualquier persona comprenda y adopte los límites necesarios en el consumo de azúcar, pero la realidad se está fracasando para una parte importante de la población. Al final, la medida más eficaz a largo plazo es la consciencia de los individuos sobre los riesgos de ingesta desproporcionada.

Para ello, un primer paso es que recordemos una y otra vez las consecuencias que tiene sobre nuestro organismo. El individuo informado acaba tomando decisiones acertadas, aunque no siempre, por desgracia, ya que sabemos que el desorden alimenticio esconde a menudo otros problemas, por lo general de orden psíquico.

La resistencia a la insulina

Sabemos que tomar demasiado azúcar provoca la necesidad de segregar más insulina por parte del páncreas, hasta el punto de que pueda llegar un momento en que no ejerza adecuadamente la autorregulación del control de glucosa en la sangre. Como consecuencia inmediata, el organismo empieza a acumular grasa de forma constante y puede generarse lo que se ha llamado la insulinorresistencia, una reacción que en parte puede tener también raíz genética (hay personas con mayor tendencia a ello por cuestiones de la evolución humana). Esta respuesta lleva a que el cuerpo no procese correctamente la entrada de insulina y tienda a acumular grasa con más rapidez.

Por tanto, el consumo excesivo de azúcar empujar a engordar, pero no solo por el balance calórico (se aportan más kilocalorías de las que se consumen), sino también porque se generar una tendencia a concentrar grasa. Por otra parte, la reacción incorrecta del sistema metabólico da lugar a que se genere una cierta dependencia del azúcar. Es decir, si se corta de repente la ingesta, pueden surgir manifestaciones propias de la adicción, como la irritación, los mareos, la somnolencia y la necesidad de comer algo rápidamente, aunque no lo necesitemos.

Enfermedades ligadas al consumo excesivo de azúcar

Todas estas reacciones, pese a su gravedad, esconden otros efectos en el largo plazo, relacionados con la aparición de patologías que pueden causar la muerte prematura, el descenso notable de la calidad de vida y la reducción de la esperanza de vida en varios años. Por supuesto que la existencia está sujeta a numerosos avatares que no podemos predecir o controlar, pero hay otros muchos factores que sí deberíamos tener en cuenta, pues todos aspiramos a vivir más y a vivir mejor. Vamos a recordar algunas de estas nefastas consecuencias:

  • La diabetes tipo 2: una enfermedad que, salvo excepciones, está muy relacionada con los hábitos de vida de las personas, y que se manifiesta a partir de la mediana edad. La pérdida de eficiencia del organismo y, en particular del páncreas, lleva al exceso constante de azúcar en sangre y su acción perniciosa sobre el sistema circulatorio y el inmunitario, aparte del hecho visible de engordar.
  • Las enfermedades cardiovasculares. El riesgo de sufrir presión arterial elevada o padecer cualquier forma de infarto de miocardio o cerebral aumentan exponencialmente. Se considera que un 50 % de las personas obesas que lo padecen podrían no haberlo sufrido si su salud metabólica fuera otra.
  • Enfermedades del aparato digestivo, como el hígado graso no alcohólico, una patología que está tomando una gran dimensión porque la sufren muchas personas con sobrepeso, pero sin saberlo. Puede desencadenar efectos parecidos a los que provoca el consumo de alcohol, como la cirrosis o el cáncer de hígado.

Políticas públicas sí, pero compromiso personal

En los últimos años se ha luchado mucho contra el consumo de tabaco y ahora está en boga también la concienciación sobre la ingesta de alcohol. Pero, en este caso, al igual que con respecto al azúcar, las políticas preventivas se enfrentan a una fuerte tradición social de milenios, por lo que los excesos resultan mucho más difíciles de erradicar. Como siempre, el problema estriba en comprender que un consumo muy ocasional no es el problema, sino el habitual.

Por desgracia, determinados segmentos de la población no parecen entender el problema, y pese a los esfuerzos que se están realizando en todos los ámbitos, el sobrepeso y la obesidad crecen anualmente, y más en el caso de los individuos jóvenes. No queda más que seguir trabajando por transmitir el mensaje de manera constante y pedir que las políticas de salud pública intensifiquen sus esfuerzos para que la sociedad mejore en este aspecto.

Y en el plano personal, hay que convencerse de que el mantenimiento de unos buenos hábitos mejora notablemente la calidad de vida y es una aportación más a la felicidad y a la mejora de la autoestima que todos perseguimos.

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