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La paradoja de la nutrigenómica

La genética es uno de los campos que más está permitiendo avanzar a la medicina. Gracias al conocimiento de los genes aprendemos más sobre los fenómenos que se desencadenan en nuestro organismo, podemos abordar la cura de algunas enfermedades graves y, sobre todo, hemos descubierto todo un campo para las terapias preventivas. Sin embargo, las terapias génicas no son ni mucho menos la solución definitiva porque nuestro mapa genético no predetermina por completo la evolución vital. Para lo bueno y para lo malo.

Esta idea es la que está detrás del título de la entrada de la semana. En relación con la nutrición, el estudio de la genética ha abierto una nueva línea de investigación que se denomina nutrigenómica. En ella destaca especialmente un español, el Doctor José María Ordovás, que recientemente ha publicado un libro divulgativo sobre la materia.

La nutrigenómica estudia la relación que existe entre los procesos nutritivos y el efecto de la herencia genética en la vida de los individuos. Gracias a esta disciplina, se está demostrando con más claridad por qué cada uno reaccionamos de distinta manera ante el consumo de los nutrientes, y cómo los alimentos pueden acelerar o frenar la aparición de determinadas enfermedades para las que estamos predispuestos en nuestro código genético.

Asimismo, gracias a la nutrigenómica se está descubriendo la influencia que los genes tienen en la aparición de la obesidad, algo que al Profesor Ordovás preocupa particularmente, al igual que a muchos otros especialistas. Como apunta en su libro La ciencia del bienestar, las investigaciones en este ámbito parecen confirmar, por ejemplo, que el ser humano moderno presenta un mapa genético mal adaptado a la abundancia. Nuestra esencia ahorradora, fruto de miles de años de escasez y privaciones de alimentos, aprovecha en exceso los nutrientes de la mucha comida que hoy tomamos.

Pero, y de ahí la paradoja, la nutrigenómica está demostrando que la inmensa mayoría de las personas no están abocadas al sobrepeso o a las enfermedades del síndrome metabólico (diabetes, aterosclerosis, hipertensión, cardiopatías) por causa exclusiva de sus genes. La herencia genética marca una predisposición que puede modificarse gracias a un consumo inteligente de los alimentos y a la práctica de un estilo de vida sano que se resume en evitar los excesos, dormir bien, practicar ejercicio, llevar una vida activa y cultivar las relaciones sociales.

A más de un lector le parecerá simplista que una persona que ha dedicado tantos años a la investigación de altísimo nivel termine por hacer unas cuantas recomendaciones de sentido común. Pero creo que es lo que nos debe hacer pensar. En ese sentido, su diagnóstico para controlar la obesidad, evitar determinadas enfermedades y llegar a la longevidad se parece mucho a la de otro eminente especialista, el Doctor Hiromi Shynia, autor del éxito La enzima prodigiosa. Tanto uno como otro piensan que antes de la medicina debe estar el compromiso personal: aprender sobre las claves de una vida saludable y ser los primeros en ocuparnos de nuestra salud.

Os dejo una frase del Profesor Ordovás que resume bien el espíritu de su libro:

«Necesitamos concienciarnos más sobre nuestra salud y cultivar el autocuidado, sin tomar simplemente la postura de delegar responsabilidades y decir ‘que me curen otros’. Los estilos de vida saludables de los que tanto hablamos (y tan poco practicamos) sirven entre otras cosas para aumentar el potencial reparador que tenemos incorporado en nuestra fisiología».

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