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La diabetes comienza a no tener edad

Obesidad y diabetes infancia

Hasta hace apenas quince años, era común considerar que la diabetes de tipo 2 solo afectaba a las personas adultas a partir de la mediana edad, y por lo general asociada al sobrepeso y a un estilo de vida sedentario. Sin embargo, hoy podemos decir que la diabetes comienza a no tener edad.

Como se publicaba hace unos días en los medios, más de 380 millones de personas en el mundo son diabéticas. En España, ya son 5,3 millones, lo que convierte a la diabetes en la enfermedad crónica más extendida. Y lo malo es que otros 2 millones más padecen la dolencia sin saberlo.

Como es sabido, el ascenso de esta patología se atribuye principalmente a los cambios en los hábitos de vida. En parte es una enfermedad de sociedades opulentas, que tienen un mayor acceso a la comida, pero también es la dolencia de las clases sociales más bajas, en las que se concentran los peores patrones alimenticios, con un consumo excesivo de comida procesada y de alto índice glucémico. No obstante, su presencia se extiende en todos los estratos sociales porque el sedentarismo, otro de los catalizadores de la diabetes, no es una costumbre solo practicada por las personas de menos recursos.

La preocupación por la diabetes aumenta porque además de crecer en número absolutos, cada vez afecta a individuos de menos edad. Y en concreto, comienza a ser más común de lo que pensamos en menores de dieciséis años. Se trata de una evolución paralela a la extensión de la obesidad entre niños y adolescentes. Por ejemplo, en Estados Unidos, ya son miles de casos los que se manifiestan.

Niños y jóvenes que adquieren un sobrepeso preocupante por alimentarse de manera deficiente y no practicar deporte. Algunos de ellos, cada vez más, pronto muestras síntomas prediabéticos, cuando no sufren directamente la enfermedad y lo que conlleva: control estricto de su estilo de vida, inyecciones de insulina y limitaciones para llevar la existencia adecuada a su edad.

Más allá de las tendencias sociales, que a todos nos afectan, la peligrosa deriva de esta enfermedad tiene que llevar a preguntarnos por nuestra propia responsabilidad. La dieta y el programa de actividad física de nuestros hijos depende en gran medida de los padres, tanto por el ejemplo que les damos como por los hábitos que les prescribimos. Quizá podemos pedirles a ellos alguna conducta responsable a partir de la adolescencia, pero está claro que somos nosotros los que debemos marcar el camino para prevenir esta enfermedad.

El mensaje positivo es que se trata de una patología cuyos efectos nocivos pueden mitigarse con un plan de vida adecuado, que puede conducir incluso a que no sea necesario medicarse, aunque nunca haya que bajar la guardia. Pero es preferible no tener que llegar a esta situación.

Si tenéis dudas sobre cómo orientar a vuestros hijos e hijas en buenas costumbres de nutrición y deporte, ya sabéis que me tenéis a vuestra disposición.

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