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¿Crees que no has nacido para correr? Echa la culpa a la genética (Más o menos)

runner & fish

Una de las paradojas más llamativas para quienes nos dedicamos a la nutrición y el deporte es por qué hay tan poca gente que hace ejercicio cuando cada vez sabemos más sobre la importancia que tiene en un organismo saludable.

El deporte es uno de los grandes referentes de nuestra época, al menos si nos referimos a él como espectáculo. Pero además, son crecientes los estudios que asocian la práctica deportiva a la buena salud y a la prevención de las enfermedades. En los medios y por boca de muchos especialistas se insiste mucho sobre esta cuestión. Sin embargo, el sedentarismo parece tener más fuerza que la tendencia a entrenarse.

¿Por qué ocurre esto? Enseguida nos llega el argumento de que los horarios, las presiones del trabajo, la complicada vida familiar de los individuos, entre otros factores externos, impiden que muchas personas saquen un poco de rato al día para ejercitarse.

Por otro lado, desde el punto de vista psicológico, sabemos que los seres humanos somos maestros en la contradicción. A menudo actuamos de forma muy diferente de lo que nos dicta nuestro conocimiento e incluso nuestra actitud. ¿Cuántas personas se prometen cada lunes o al comienzo del año que van a empezar a hacer deporte y fracasan al primer intento.

No es fácil cultivar una voluntad de hierro. Tenemos tantos compromisos obligados que cada vez nos queda menos fuerza para lo voluntario, y más si nos supone un cierto esfuerzo. No obstante, dada la fuerza magnética del sillón, algunos expertos han empezado a preguntarse si hay factores que se nos escapan. Por ejemplo, condicionantes genéticos por los que no nos sentimos inclinados a la práctica deportiva.

Precisamente, un grupo de especialistas de la Universidad de Missouri se han planteado esta hipótesis, que haya personas predispuestas genéticamente a no hacer ejercicio, y han iniciado investigaciones en esa línea. Fruto de este trabajo, han publicado un artículo en el Journal of Phisiology en el que muestran los resultados de un experimento con ratones en el que tratan de descubrir el papel de la genética en la predisposición a la actividad física.

El experimento ha consistido en «fundar» dos estirpes de ratas: las que naturalmente mostraban tendencia a utilizar la rueda de ejercicios y las que no se sentían motivados a utilizarla, en ambos casos de forma natural. Después de varias generaciones de ratas de uno y otro bando, comenzaron a estudiar sus diferencias en la genética cerebral.

En particular, descubrieron que las ratas reacias al ejercicio mostraban una evolución distinta en un grupo de genes. Dichos genes, en vez de contribuir a la madurez celular y desencadenar una conducta proclive a la vida activa (como elemento clave para sobrevivir), no lanzan los mensajes adecuados a las células y las mantienen en un estado de permanente inmadurez.

En consecuencia, las células, y por extensión, el cerebro, no llegan a la conclusión de que necesitan el ejercicio para obtener la recompensa de la supervivencia. Se puede decir que tienen una predisposición innata a la inactividad.

Más allá de esta conclusión, los investigadores quisieron saber si el papel de los genes es determinante, o si la conducta puede cambiarse mediante la práctica. Eligieron a un grupo de ratas sedentarias y las motivaron a hacer ejercicio. A pesar de que su rendimiento era mucho menor que el de las ratas deportistas, sí pudieron advertir un interesante progreso: con el paso del tiempo, había mejorado su madurez celular y su inclinación a la actividad física.

Por tanto, el experimento les demostró que existe un margen de cambio sobre las limitaciones genéticas.

Aunque los resultados no se pueden extrapolar a los humanos con ligereza, los investigadores consideran que sí cabe pensar que en nuestro caso también existen tales alteraciones genéticas que en parte explican el rechazo natural al deporte por parte de algunas personas. Tendencia que, evidentemente, puede cambiarse, puesto que la capacidad de nuestro cerebro es muy superior.

Ahora es cuestión de sobreponerse al destino genético y cambiarlo con una buena dosis de férrea voluntad. Si creéis que estáis en el grupo de los sedentarios congénitos, ya sabéis que tenéis que hacer un esfuerzo adicional. Pero como vale mucho la pena por los beneficios que vais a experimentar, no os resignéis a quedar como esclavos de la genética. ¡A correr!

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