Tradicionalmente, a la hora de prescribir una cura de adelgazamiento, los especialistas hemos señalado que se sustituya la ingesta de azúcar por el uso de edulcorantes sin calorías.
Siempre hemos sido conscientes de que la mejor recomendación es suprimir por completo cualquier endulzante, pero lo hemos entendido como un mal menor, ya que es difícil que una persona acostumbrada a abusar de todo tipo de alimentos ricos en azúcares, erradique este hábito de la noche a la mañana.
Por eso, por ejemplo, indicamos la conveniencia de usar edulcorantes al tomar café o té, o ingerir bebidas sin calorías en vez de las hiperazucaradas a las que el paciente estaba acostumbrado.
Pensamos que esta aproximación es la más adecuada de forma transitoria, con el objetivo final de dejar de depender del azúcar en sus variantes procesadas o refinadas (no en la fruta, que lo contiene naturalmente, aunque tampoco hay que abusar de ella).
Sin embargo, más allá del contexto de una dieta, en la que el profesional determina lo más adecuado para el caso según las circunstancias del paciente, lo cierto es que se ha extendido excesivamente el uso de edulcorantes como sustitutivo general del azúcar.
Tanto las autoridades como la industria alimentaria y los ciudadanos han manejado la idea de que no había límite en el consumo de endulzante por su ausencia de calorías. Sin embargo, con el paso de los años, los expertos han terminado por preguntarse sobre los efectos reales de una sustitución. Por una parte, no parece tan evidente que la ingesta de edulcorantes sea decisiva en la pérdida de peso en el largo plazo. Por otro lado, se cuestiona la inocuidad de esas sustancias en el organismo, ya que se trata de componentes químicos cuyos efectos adversos son desconocidos.
Las incertidumbres sobre los endulzantes sin calorías han llevado a la Organización Mundial de la Salud a impulsar un estudio extenso sobre lo que la ciencia dice acerca de ellos en relación con el sobrepeso. Un grupo de investigadores ha analizado los trabajos sobre el uso estas sustancias en dietas durante un largo período de años. La principal conclusión que obtienen es que no hay una clara evidencia de que el consumo de edulcorantes sea más beneficioso que el de azúcar en el caso de personas obesas, al menos en el medio plazo.
Los estudios observan diferencias mínimas de peso, probablemente debido al hecho de que el interés por los alimentos dulces no decae, al margen de que tengan reducida su proporción de azúcar en favor de endulzantes artificiales. En verdad, el consumo de estos últimos se ha disparado notablemente en el mundo y, sin embargo, no vemos que la pandemia de obesidad decrezca. Más al contrario, el exceso de peso crece con fuerza en todos los países.
Además de esta confirmación, hay algo más preocupante a juicio de los autores del estudio: no se han realizado trabajos de entidad sobre las consecuencias negativas que en el organismo ejercen estos elementos. Hay quien apunta a que siguen empujando al organismo a engordar porque también contribuyen a la insulinorresistencia (detonante a su vez de la acumulación de grasa). Y también se habla de efectos nocivos en otros órganos. Estas hipótesis están aún por demostrar categóricamente, pero se avanza en esas líneas.
Más allá de la ciencia, la conclusión que debemos obtener para nuestra vida diaria es que no debemos dejarnos llevar por el espejismo de los endulzantes. Hay que reducir al máximo la ingesta de azúcares procesados y refinados, y evitar enmascarar el sabor real de los alimentos. Sabemos que no es tarea fácil por los reclamos constantes que nos lanzan sobre este tipo de alimentos, pero es clave para llevar una nutrición saludable.