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La dimensión psicológica de la obesidad

Los obstáculos se pueden superar-psicología y obesidad

Normalmente siempre hablo de la obesidad desde mi especialidad médica, la nutrición y la medicina deportiva. Pero en el tratamiento del sobrepeso hay una dimensión psicológica muy importante. Sabemos que muchas personas que padecen exceso de peso en las sociedades desarrolladas ocultan problemas de orden psicológico que tratan de paliar a través de la comida.

En mi propia consulta dedico mucho tiempo con los pacientes a hablar de los motivos que les llevan a tener una relación compleja con los alimentos. Porque más allá del desconocimiento, la evolución del organismo hacia un metabolismo menos eficaz, o cierta dejadez fruto de la edad, nuestro equilibrio mental influye claramente en el sobrepeso y la obesidad.

Ante un mundo complejo, necesitamos vávulas de escape. Todos nosotros recurrimos a ellas en algunas ocasiones porque es inevitable. No somos perfectos. Sin embargo, el problema surge cuando abusamos. Buscamos refugio frente a los sinsabores de la vida, los conflictos personales, la presión en el trabajo, los fracasos cotidianos, la ansiedad y el estrés. La comida es uno de los recursos más sencillos y baratos de conseguir. Algunos alimentos, como los de alto índice glucémico, actúan sobre nuestro cuerpo como un bálsamo reparador que por unos instantes nos alivia y nos devuelve una paz frágil. Con ello, es fácil repetir hasta que somos cautivos de ese remedio que acaba teniendo el mismo efecto devastador que las drogas o el alcohol.

Porque el abuso de la comida tiene consecuencias en dos vertientes. Una, como comentamos a menudo en este blog, la repercusión en nuestra salud. Contribuimos al deterioro lento pero implacable de nuestro organismo: abrimos la puerta a graves enfermedades, empeoramos nuestra calidad de vida y acortamos los años que nos quedan por vivir. Como no conocemos los daños hasta que ya son muy patentes, no terminamos de tomarnos en serio las imprudencias de una mala alimentación.

Y luego está el otro apartado, el psicológico, que afecta a nuestra autoestima y proyección social. En ese sentido, vivimos tiempos difíciles para la obesidad. El culto al cuerpo y a la eterna juventud que se han impuesto convierte al obeso en un «intocable» al que el resto de las personas rechaza y que termina por despreciarse a sí mismo. Sacralizamos la importancia de un cuerpo perfecto  constantemente representado en los medios de comunicación como la meta que todos debemos alcanzar. Pero no todos los individuos pueden o deben conseguirlo.

Entonces, quienes se encuentran más lejos del canon sienten una frustración que les retrae en su vida social y hunde su autoestima. Entran en un círculo vicioso en el que la alimentación, cada vez más caótica y compulsiva, aparece como el paliativo recurrente para este aparente fracaso. Y al mismo tiempo, se repliegan en sus relaciones sociales, profesionales y afectivas, hasta el punto de que entran en una espiral autodestructiva de la que resulta muy difícil salir sin la ayuda adecuada.

Por desgracia, esta situación afecta hoy a demasiadas personas. Cualquiera de nosotros conoce más de un caso. Familiares o amigos con un gran sobrepeso, que han probado mil y una dietas y que no saben salir de un círculo vicioso que les mina física y moralmente. Tenemos que mostrarles que siempre está abierta la puerta de salida. Con mucho sacrificio, sí, pero también con esperanza, porque los resultados llegan en cuanto se ponen en manos de un buen especialista que les marque el camino de su reinvención.

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