Cuando los pacientes llegan a la consulta por primera vez, la impresión inicial indica que alrededor de un tres o cuatro por ciento sufre de problemas emocionales de fondo. Pero una vez que avanzamos en las conversaciones y empezamos la terapia, descubrimos que los factores psicológicos afectan a más de un 50 por ciento. Es una evidencia lógica si comparamos el nivel de sobrepeso en la población occidental y el grado de instrucción general y de conocimiento sobre la alimentación. Parece haber un puente insalvable entre lo que sabemos y lo que hacemos, algo que se explica por razones de índole psíquica.
Diversos estudios muestran que la contradicción es mayor en aquellos casos de obesos que fluctúan de peso constantemente y que están encadenados a una sucesión interminable de dietas durante toda su vida. La búsqueda del placer en la comida como paliativo de la falta de armonía mental es la responsable de que el obeso no abandone su condición.
Es cierto que, en determinadas circunstancias como las que estamos viviendo, puede existir un descontrol pasajero, pero aquí hablamos de individuos que recurren sistemáticamente a la comida como subterfugio emocional.
Las investigaciones muestran diversas conductas que denotan la importancia de la mente en este proceso que, de algún modo, deberíamos calificar de destructivo. Hay que llamar a las cosas por su nombre, aunque nos resulte doloroso. A la larga, nos ayudará a terminar con el problema, porque en principio es más fuerte nuestro instinto de supervivencia que la propensión a aniquilarse.
Veamos esas conductas. ¿Te identificas con alguna de ellas?
- La ingesta excesiva y repentina de alimentos como respuesta a un hecho que nos produce estrés o ansiedad: un revés familiar, un percance, la cercanía de un examen, presión en el trabajo, dificultades sentimentales…
- La sobrealimentación debida a que las personas sufren algún tipo de patología psicólogica de carácter neurótico, a menudo vinculada a manifestaciones como la angustia, la ansiedad, la frustración
- La ingesta fuera de lugar que procede que estados cercanos a la depresión, como lo que se conoce como Distimia, una dolencia caracterizada por la baja autoestima y la inclinación a la melancolía.
- El exceso de alimentación fruto de la incapacidad de distinguir entre hambre y saciedad. De alguna manera, el obeso no diferencia el hambre de otras sensaciones, lo que le lleva a comer de forma compulsiva en cuanto percibe una emoción. La alimentación es su respuesta estandarizada a cualquier cambio emocional.
- La ingesta desproporcionada que obedece a las dificultades de algunos individuos para sentirse satisfechos de sí mismos, lo que les lleva a conductas agresivas o adictivas. Acuden a la comida para llenar el vacío de su alma y colmar la carencia de autoestima. De manera análoga podrían haberse inclinado por otras adicciones, como la práctica de la violencia, la drogadicción o el alcoholismo.
En cualquiera de estos comportamientos aparece la utilización culpable de la comida. Al mismo tiempo que nos parece una condena, por los efectos negativos que tiene en nuestra salud, imagen física y relaciones sociales, percibimos los alimentos como un baluarte de seguridad que nos proporciona momentáneamente la paz anímica. Y por eso nos resulta muy difícil comenzar una dieta o, en el largo plazo, abandonar la obesidad para siempre.
Para romper la cadena, los especialistas recurren a medicamentos que reducen la ansiedad o el apetito, o bien a terapias de tipo conductual en las que se intentan eliminar o mitigar el recurso obligatorio a los alimentos como antídoto para neutralizar los venenos de la existencia. Lo cierto es que todavía no hay suficientes evidencias para asociar la obesidad a psicopatologías concretas, ya que hay una amplia variedad de casos y circunstancias y no es fácil vincular el sobrepeso con una enfermedad mental precisa.
Estas circunstancias, aunque puedan parecer confusas, tienen una lectura positiva. Una parte muy importante de los individuos con sobrepeso no sufre ninguna dolencia psíquica claramente asociada con la obesidad. Por tanto, su recuperación depende en mayor medida de la aplicación de terapias generales de motivación junto con la correspondiente reeducación de los hábitos alimenticios. Para que nos entendamos, con las alteraciones psíquicas ligadas a la gordura pasa un poco como cuando la gente experimenta estados de ánimo bajos y se dice de ellos que «tienen depresión».
La depresión es una enfermedad con una sintomatología clara y un tratamiento definido para quienes la padecen. Por fortuna, no la sufre todo el mundo. Si no, qué sería de nuestra sociedad. Lo que ocurre es que en nuestra existencia, llena de emociones, atravesamos por distintos estados de ánimo como la melancolía, la tristeza, el dolor, la angustia, la ira… Se trata de obstáculos que hemos de superar día a día, en la medida de que las circunstancias lo hagan posible. Hay ocasiones en que resulta más difícil que en otras, sobre todo si la causa de nuestro malestar nos viene dada. Pero piensa siempre que hay que extraer la energía del amor a la vida y del afán por sobrevivir que tenemos los humanos.
Y como te he recordado en varias ocasiones, el gran valor de los tratamientos contra la obesidad frente a otras dolencias es que los resultados son inmediatos y visibles. ¡Mucho ánimo y adelante!