Para combatirlos, muchas personas se refugian erróneamente en sustancias nocivas o, como estamos observando en los dos últimos años de manera más inequívoca, en la alimentación desordenada.
Hay en marcha investigaciones para ver cómo se puede neutralizar dicha conducta mediante fármacos. Mientras tanto, la atención psicológica es el activo fundamental para tratar esta enfermedad.
Es importante estar atentos en el entorno familiar por si algún miembro puede estar experimentando ese trastorno, en especial si se encuentra en la adolescencia o la condición de joven adulto. Algunas señales que muestran las personas afectadas pueden ser las siguientes:
- Pérdida de peso sin causas conocidas, que indica que la persona está dejando de comer a escondidas.
- Mayor atención a todo lo referente a la alimentación y la gastronomía. Los individuos se muestran muy concienciados sobre las propiedades de los alimentos y las formas de cocinar
- Seguimiento de medios y recursos informativos sobre dieta y alimentación. Webs y blogs, redes sociales y literatura especializada suscitan un gran interés entre los afectados.
- Sesiones intensas de actividad deportiva, fuera de los patrones habituales. Sobre todo, llaman la atención si no son deportistas frecuentes. Las actividades elegidas suelen circunscribirse a las consideradas idóneas para perder grasa.
- Temperamento triste e irascible. Se enfadan por cualquier nimiedad, dan la impresión de estar tristes todo el tiempo y, a menudo, se aíslan de sus relaciones sociales.
- Comportamiento secretista. Entran o salen sin dar explicaciones, pasan mucho tiempo en su cuarto o en el baño
Una vez que hemos identificado el problema, hay que establecer un diálogo con la persona afectada porque si lo ignoramos, puede devenir en patologías más graves, como la anorexia y la bulimia nerviosa.
El individuo tiene que reconocer que padece una situación fuera de control, y debemos ofrecerle los recursos para retornar a la normalidad. En estas circunstancias, lo más recomendable es una actuación profesional en la que se combine la dietética y nutrición con la terapia psicológica.
La resolución no es sencilla, sobre todo si nos encontramos con personas jóvenes, cuyo estado emocional sabemos que es en principio más frágil. Por eso hay que afrontarlo con la seriedad con que se abordaría cualquier otra patología.