efecto rebote

Efecto rebote vs. hábitos sostenibles: por qué lo natural gana a largo plazo

La pérdida de peso se ha convertido en una prioridad sanitaria y social. Frente a esta demanda, los tratamientos farmacológicos basados en semaglutida o tirzepatida se han popularizado por su eficacia inicial.

Aunque estos fármacos, creados para la diabetes tipo 2, logran descensos de peso notables en pocos meses, la evidencia clínica advierte de una limitación recurrente: el efecto rebote, es decir, la recuperación del peso tras suspender el tratamiento.

¿Qué entendemos por efecto rebote?

El efecto rebote es un patrón fisiológico bien documentado. Tras un periodo de adelgazamiento, el organismo recupera rápidamente la masa corporal perdida. Este fenómeno se explica por mecanismos adaptativos: incremento del apetito tras la restricción, reducción del gasto energético en reposo y tendencia homeostática a preservar las reservas de grasa. En el caso de los agonistas de GLP-1 (y la combinación GLP-1/GIP), el problema radica en que su acción modula
las señales de saciedad sin modificar los estilos de vida.

Al cesar la medicación, desaparece el control farmacológico del apetito y el paciente retoma sus patrones previos, lo que explica la alta tasa de recuperación ponderal en los meses siguientes a la interrupción.

Los medicamentos son eficaces para reducir peso a corto plazo, pero resultan insuficientes para mantenerlo si no se acompañan de cambios estructurales en la conducta alimentaria y en la actividad física. No enseñan a planificar compras, a organizar ingestas, ni a regular el entorno alimentario y el movimiento diario. A ello se suma un riesgo clínico relevante: una parte del peso perdido procede de tejido magro.

La pérdida de masa muscular compromete fuerza, movilidad y salud ósea, y puede incrementar la fragilidad, especialmente en poblaciones de mayor edad o con patología musculoesquelética.

La solidez de los hábitos sostenibles

La alternativa con mejores resultados a largo plazo es la construcción de hábitos naturales. Una alimentación basada en productos frescos y mínimamente procesados estabiliza la glucemia, reduce picos de hambre y favorece la saciedad fisiológica.

La práctica regular de ejercicio —dosificación de fuerza y entrenamiento aeróbico adaptados a edad y condición— preserva y aumenta la masa muscular, mejora la función cardiorrespiratoria y eleva el gasto energético de reposo. El acompañamiento profesional añade un componente decisivo: seguimiento, ajuste de pautas y soporte
conductual que incrementa la adherencia y reduce el abandono.

Más allá del número de kilos, los pacientes que adoptan hábitos sostenibles muestran mejoras consistentes en energía diaria, calidad del sueño, autoestima y marcadores de riesgo cardiometabólico. Además, al no depender de un agente externo, los resultados se mantienen en el tiempo y no exponen al paciente a efectos adversos farmacológicos. La pérdida de peso deja de ser un objetivo temporal y pasa a ser la consecuencia estable de un estilo de vida compatible con la salud.

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