Al igual que la vida moderna pone a nuestro alcance mil y un productos apetitosos y dudosamente saludables, nos ofrece innumerables oportunidades para vivir bajo la ley del mínimo esfuerzo: coches, ascensores, mullidos sillones y hasta las sillas de trabajo que nos esclavizan delante del ordenador van en contra de nuestra salud.
Con todo ello, mucha gente, sin casi darse cuenta, reduce su actividad física a niveles de bajo cero, con un movimiento diario de menos de mil pasos, hecho que constituye un verdadero atentado contra su bienestar. En el ámbito científico se publican evidencias constantes de este despropósito, que explica que aun habiendo reducido de media la ingesta de calorías con respecto a hace unas décadas, seguimos ganando peso.
La paradoja se explica asimismo por la escasa calidad nutricional de lo que consumimos (algo que en sí es también contradictorio, porque ahora podemos acceder a una mayor variedad de alimentos) pero, sobre todo, tiene que ver con el descenso alarmante del tiempo dedicado al ejercicio. De hecho, como señalan los hallazgos del estudio prospectivo europeo sobre la relación entre nutrición y cáncer, el sedentarismo causa el doble de fallecimientos al año que la propia obesidad, casi 700.000 frente a 350.000.
En el estudio se plantea que solo con conseguir que la mayoría de los ciudadanos incrementen ligeramente su actividad física, apenas veinte minutos de paso rápido, se logrará mejorar su salud y esperanza de vida. Además, tendrá efectos positivos sobre el sistema de salud pública, que con el aumento de la población mayor de cincuenta años tiene que dedicar cada vez más recursos a curar enfermedades. Dolencias que en no pocos casos son consecuencia de una mala gestión personal de la salud. Aquí, como en otros aspectos de la sociedad, también hay una cuota importante de responsabilidad personal.
Veinte minutos. Poca cosa y, sin embargo, muy positiva. De todos modos, considero que aunque la recomendación sea válida en términos generales, a nivel individual no nos podemos conformar con una actividad física tan miserable. Está plenamente demostrado que realizar deporte con cierto nivel de compromiso exigencia es mucho más saludable aún. Si nuestro organismo es capaz de correr y no solo de andar, de montar en bicicleta además de pasear, no nos quedemos en el primer escalón.
La experiencia de personas ancianas practicando disciplinas deportivas de competición sin disfrutar de una naturaleza especialmente privilegiada, nos indica que lo que impera entre muchos adultos es una conducta complaciente y una batería de excusas. Si te sientes identificado, no esperes más y levántate del sillón.